domingo, 8 de noviembre de 2015

Y todo lo que me aparte de volar...

Tumbado en aquel parque, a dos metros de altura.
Inmenso poder de la naturaleza. Maravilloso mundo.

La lluvia cae hasta detener su viaje en el suelo, noto cada gota golpeando suavemente mi rostro. Las gotas acumuladas recorren mis mejillas como ríos de lágrimas mezcladas con sudor. Con los ojos cerrados, mis párpados se iluminan con cada relámpago que atraviesa el cielo, me dejo sorprender y mi deleite es máximo cuando una brisa fresca estremece mi cuerpo. Oscuridad. Luz. Llego a la azotea y la lluvia se ha desvanecido junto con el estruendo que hace vibrar los cuerpos y la luz cegadora. Miro al cielo y contemplo con admiración los tonos de azul oscuro con los que se presenta la media noche. En el centro de un imaginario vórtice de nubes se divisa la poderosa Luna, el único agujero a través del cual penetra la luz pura a la cúpula celeste. Como el ópalo del Panteón, este círculo perfecto guarda tras de sí un cielo azul y una luz eterna.

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