Tumbado
en aquel parque, a dos metros de altura.
Inmenso poder de la naturaleza. Maravilloso mundo.
La lluvia cae hasta detener su viaje en el suelo, noto cada gota golpeando
suavemente mi rostro. Las gotas acumuladas recorren mis mejillas como ríos de lágrimas
mezcladas con sudor. Con los ojos cerrados, mis párpados se iluminan con cada
relámpago que atraviesa el cielo, me dejo sorprender y mi deleite es máximo
cuando una brisa fresca estremece mi cuerpo. Oscuridad. Luz. Llego a la azotea
y la lluvia se ha desvanecido junto con el estruendo que hace vibrar los
cuerpos y la luz cegadora. Miro al cielo y contemplo con admiración los tonos
de azul oscuro con los que se presenta la media noche. En el centro de un
imaginario vórtice de nubes se divisa la poderosa Luna, el único agujero a
través del cual penetra la luz pura a la cúpula celeste. Como el ópalo del
Panteón, este círculo perfecto guarda tras de sí un cielo azul y una luz
eterna.
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