Los sentimientos no pueden ser heridos. Son inertes expresiones de vida. Quien
conozca el carácter trivial que envuelve a cada uno de ellos tal vez pueda
aprehender la inanidad del agravio y el escarnio, hijos de la moral, grilletes
hechos de cultura. Aquel despierto que camine sobre estos techos tan vulgares
de la naturaleza humana vivirá en paz, feliz y libre de temores. Mientras otros
se suicidan o asesinan a su prole ante la posibilidad de ser señalados y
condenados al ostracismo, quien está libre de humillaciones no puede ser
zaherido. Caminará a través de un séquito de pérfidas carcajadas sin sentir
vergüenza o aprensión alguna. Lamentablemente, se precisa de una inocencia y
una libertad tales para alcanzar una moral independiente que ni un niño, ni un
extranjero pueden permanecer indiferentes. Tan sólo aquel por completo
embriagado podrá lograr tal elevación. No hablo de borrachos, sino de dioses y
enamorados.
Valencia, 2014
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